Tal y como comentamos en el último artículo, "meditar es construir"; crear un nuevo mundo.
En todo proceso creativo hay dos entes implicados: una mente activa actuando como polo positivo (es aquí donde situamos al ser humano) y un polo negativo identificado con el Reino dévico, ambos necesarios para que aparezca la luz o revelación y su consecuente exteriorización en el mundo de la materia.
Hablamos de meditación como de aquel estado de conciencia producido por una firme atención en la luz; como aquel estado de integración grupal (de contacto de Alma con Alma, y con el Maestro) mediante el cual emitimos la invocación o palabra de paso que nos abrirá la puerta a la luz de la revelación.
La revelación es Luz, es captar una pequeña parte del Propósito que tendremos la responsabilidad de traducir e interpretar como Plan divino que debe exteriorizarse, es decir, hacerse realidad en el mundo triple de la materia.
En todo este proceso es necesaria una profunda atención, una firme voluntad para mantener la mente enfocada en la luz y una indisoluble y amorosa cohesión grupal para llevar como unidad grupal el Propósito divino, convertido en Plan, al mundo externo.
Meditar es crear un nuevo mundo, pero esta creación debe ser un acto consciente, realizado desde el Alma y, por lo tanto, acción grupal. Esta creación, pues, debe ser un trabajo colaborativo entre seres humanos y entidades dévicas; seamos conscientes de ello.
Toda meditación implica revelación. Toda revelación es afluencia de luz (o entidad dévica) precipitada hacia la materia para realizar, como arquitecto divino, el Propósito divino en la materia.
Así pues, meditación, atención firme en la luz, revelación y construcción conscientes, se nos muestran como el camino grupal a realizar en la construcción de un nuevo mundo y como responsabilidad fruto del compromiso consciente y renovado de todo Discípulo en el mundo de los hombres.